(Por Lalo Mollar. Periodista)
BUENO… AHORA YA ESTÁ, ¡BASTA!
Hace 48 años comenzaba en la Argentina la última dictadura. ¡¡¡48 años!!!
Hace más de 40 terminaba esa etapa de autoritarismo y violencia. ¡¡¡más de 40!!! ¿No les parece, conciudadanos, que ya es hora de pasar a otro tema y dejar de remover heridas que están necrosadas, encalladas, cristalizadas o petrificadas? ¿Y por qué sigue vivo el rencor visceral, la búsqueda de revanchismos, el resentimiento?
Porque hay grupos políticos que, de forma estratégicamente consciente y sin la menor ingenuidad, se encargaron de sembrar cizaña y de regar día tras día esas semillas de maldad para generar una nueva crianza de resentidos, a quienes también le contaron una historia tergiversada que sirviera para escandalizarlos y mantenerlos crispados.
Al efecto, se usaron discursos políticos, literatura variada, tradicionales y nuevos medios de comunicación, las aulas de las escuelas, los escenarios de la cultura y el arte. Y se enfocó la aplicación de la táctica de acción psicológica hacia los jóvenes y las generaciones intermedias, procurando que el escape de sus iras y rebeldías salpicara a todas las generaciones precedentes, testigos de los hechos, a fin de acallarlas, neutralizar sus visiones y versiones y ponerlas casi en el lugar de cómplices de los condenables por lesa humanidad.
No es raro que celebren casi como una gran fiesta popular (con feriado y todo) los promotores y generadores de aquel nefasto 24 de marzo de 1976 y sus descendientes o discípulos ideológicos. Porque, sin dictadura, sin golpe y sin el recuerdo de aquellos tiempos funestos, estos cosos que hoy gritan y acusan NO SERÍAN NI HUBIERAN SIDO NADIE, puesto que casi todos los agitadores no se han destacado en actividades o industrias lícitas, productivas o altruistas.
Lo raro o curioso es la gran cantidad de personas de bien, jóvenes en su mayoría, que adhieren y participan de este carnaval callejero populista, llenos de resentimiento, sectarismo, aire de supremacía, violencia verbal, segregacionismo, desintegración.
No podría ocurrir esto, después de cuatro siglos de democracia y relativa paz social, si no fuera por el cultivo de esas semillas de cizaña que mencioné, que parecen haber germinado y desarrollado de manera exponencial. Porque hay personas enfervorizadas y cargadas de aborrecimientos que solo el fanatismo (y sus primos hermanos dogmatismo, ideologismo) podría proveerles.
Hablo de quienes no vivieron aquellos tiempos, ni los sintieron, ni tuvieron familiar o amigo que fueran víctimas. Y sin embargo, odian y tienen sed permanente de venganza. (¿?) Como las viejas lloronas que iban a los velatorios y hacían escandalosas escenas de dolor, sin ser parientes y allegados al difunto. Lo hacían por plata y ansias de notoriedad.
LES HAN ENSEÑADO A PELEAR PELEAS AJENAS, a defender ideologías que no tienen que ver son sus formas de vida, costumbres y tradiciones. Así como también nos enseñan a cantar en lenguas que no son las nuestras y a llorar por dramas que no deberían incumbirnos (por ejemplo, si una princesa de un país lejano está enferma).
NO HAY QUE PELEAR PELEAS AJENAS (ya bastante alcanza con que manden a morir obligados a los soldados, alegando el estigma del patriotismo), NO HAY QUE SOSTENER DOGMAS QUE SON UN MISTERIO INCOMPRENSIBLE, NO HAY QUE SEGUIR RITOS EXTRAÑOS A NUESTRA FORMA DE SER O IDEOLOGÍAS QUE, PARA EXPRESARLAS, NECESITAMOS APRENDER DE MEMORIA EL FOLLETO ELABORADO POR LOS IDEÓLOGOS.
No deberíamos hacer esas cosas simplemente porque lo inculque un profesor, un comunicador, un pastor, el amigo más canchero, o se haya convertido en moda o postura a seguir (lo que hoy llaman “políticamente correcto”).
Qué cada cual piense lo que le plazca o sienta y exprese lo que quiera. Pero que no gaste sus energías en odios que no son los legítimamente suyos, de sus propias laceraciones o desdichas. No sigan la ruta del remordimiento que les contagiaron otros para esconderse y disipar sus culpas vergonzantes por las aberraciones que cometieron y no quieren confesar o asumir. Tampoco sean funcionales a los intereses políticos o a los negocios espurios de los que no se llega a saber ni quiénes son.
Yo era niño de primaria y muchos trataban de involucrarme en la dicotomía peronismo – antiperonismo (estando Perón en el exilio y Evita muerta hacía mucho tiempo); después, la dualidad militarismo o civismo; ahí nomás izquierdas o derechas (y aún resonancias del pasado de unitarismo versus federalismo).
Los muchachos/as de fines de los 60 y más de la mitad de los 70, se dieron el gusto de ser disruptivos, revolucionarios, guerrilleros, contestatarios, tirabombas y tantas cosas más.
La generación siguiente (a la que pertenezco) fue la verdadera víctima de la represión, puesto que no alcanzamos ni a saber, ni a leer, ni a ver, ni a experimentar. Todo lo teníamos prohibido y vivíamos bajo vigilancia, al acecho de fuerzas de seguridad cebadas, maltratadoras, abusivas.
Nosotros no fuimos ni ídolos revolucionarios, ni exiliados ni sabelotodo barbudo que fumaban en pipa. Éramos jóvenes que nos quedamos acá; estudiamos, trabajamos y soportamos a la dictadura y a las consecuencias de las cagadas de los nenes bien que estaban escondidos o exiliados. Y vivimos recesión, inflación, bajos salarios, políticas antisociales, etc. rodeados de policías, agentes de inteligencia y militares, expuestos o encubiertos.
Y estudiamos en facultades o institutos infiltrados por milicos y por combatientes insurgentes camuflados de buenos compañeros o piolas profesores. E hicimos el servicio militar y, a los que les tocó, tuvieron que ir a la guerra de Malvinas y padecer sus secuelas.
Pero siempre había que ser o parecer progresista con los compañeros, comprensivo y solidario (aunque fuera en voz baja) con los subversivos (sí, así se llamaban ¿y qué?), con los sindicalistas reprimidos, con los políticos perseguidos. Tratar de que no te digan “reaccionario” ni mucho menos “facho” o “milico”.
Y así fue que nosotros nos bancamos la dictadura y sus efectos; las razias nos las hacían a nosotros. El estado de sitio era contra nosotros, así como las detenciones en averiguación de antecedentes, los palazos innecesarios o allanamientos ilegales a viviendas y pensiones de estudiantes o jóvenes, sospechosos solo por eso. No podíamos ni ver la foto de una persona desnuda ni una película donde dijeran culo, pito o concha.
Mientras, los que habían hecho los monstruosos dislates que incitaron el golpismo, estaban muertos, con paradero incierto, desaparecidos, exiliados o escondidos con nombre y fisonomía cambiados.
Fueron volviendo y reapareciendo aún antes del retorno formal a la democracia y, enseguida, tomaron puestos de liderazgo en las organizaciones e instituciones civiles con auras de próceres y héroes (¿quiénes? Esos ya no tan jóvenes, que habían matado gente, colocado artefactos explosivos, asaltado comisarías y cuarteles, realizado secuestros extorsivos, torturado, y que no exhibían vestigio alguno de culpa, dolor o arrepentimiento).
En ciertos ámbitos, como el de los medios de comunicación, el artístico en general, la política o el sindicalismo, haber permanecido en la Argentina, soportando toda la ciclotimia natural de nuestro país, era ya causa de sospecha de connivencia con los genocidas. Ellos, en cambio, eran genios y figuras.
Fueron copando todos los lugares, ya no de las trincheras de la guerrilla sino de la guerra cultural, y fueron ganando esa batallas sin balas, donde lo primero que matan es a la verdad, donde a las palabras les cambian el significado y a las efemérides le modifican fechas, hitos, números y letras.
Hoy yo ya estoy en edad jubilatoria, con una carrera de 47 años de periodista en la que siempre, siempre, siempre, tuve que soportar (en búsqueda de la armonía o convivencia) el discurso pretendidamente rector y sapiente de estos piratas deformadores de la historia y reincidentes en todo lo que sea garrafal, porque nunca supieron construir un presente dichoso ni planificar un futuro próspero. Por eso, solo pueden cambiar a gusto el pasado y hacer creer que eran idealistas en vez de estúpidos y valientes en lugar de temerarios malvados.
Son como esos hermanos mayores que salieron vagos y atorrrantes, que nunca sentaron cabeza, que las hicieron todas menos trabajar o formar y mantener una familia digna, pero que siguen influenciando a sus hermanos menores sobre lo que debe ser y lo que no. Lo que está bien y lo que está mal.
Y son tóxicos, vaya que lo serán que envenenaron a toda una sociedad durante cinco siglos.
Cuando murió Perón, marcharon en procesión fúnebre millones de argentinos y lloraron hasta sus adversarios. Cuando falleció Alfonsín, se conmovió la ciudadanía; lo mismo pasó con el deceso de Balbín.
Hace pocos días, murió a los 82 años de edad, Roberto Cirilo Perdía, ex número tres en la cadena de mandos de Montoneros, un criminal impune, asesino serial que hasta hace poco seguía haciendo maldades, como adiestrar a falsos mapuches para el asalto y la toma de terrenos en la Patagonia (también lo hizo en el Conurbano bonaerense y barrios periféricos porteños). Sus seguidores decían que era un genio, un gran estratega, un ideólogo, buen compañero. Bien, en su velorio hubo solo dos figuras presentes: el terrorista contemporáneo Esteche y el montonero también impune y ex funcionario K Emilio Pérsico.
“Por sus frutos los conocerás”, dijo Jesus. Y me recordó que el día que Firmenich fue a una procesión en memoria del padre Mugica fue echado por familiares y amigos del sacerdote mártir, al grito de “asesino”.
De manera que “Basta”; no me rompan más las petunias con la dictadura, los desaparecidos, las madres y abuelas que los parieron, los docentes que meten mierda en los cerebros vírgenes de sus educandos y los periodistas que tocan de oído sin saber.
YA LA CAGARON BASTANTE EN 50 AÑOS.